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Hace frío y el corazón está algo más pequeño de lo normal. Está encogido al ver tantas luces tintineantes por la ciudad. Gente que va de un lado para otro en busca de regalos, abrazos de amigos que vienen y van, familias que llegan y pronto volverán a partir a sus ciudades de cada día.
Lo se, es una tontería, pero no puedo evitar sentir cierta nostalgia en estas fechas tan señaladas.
Marta es mi amiga de siempre, esa con la que me escapaba los viernes del instituto para ver los entrenamientos del equipo de vóley, con la que brindaba cada sábado en el garito de turno con cervezas interminables, a la que le contaba mis dramas adolescentes y fue la primera en saber que me masturbaba.
Marta es mi amiga de siempre, la de las amanecidas en carnavales, mi confidente… Ella era la que escuchaba mis batallitas en mis escapadas con nocturnidad y alevosía. Solo ella supo, de primera mano, cada uno de los detalles de esa relación fugaz con nuestro profesor de filosofía. Después de tanto tiempo aún se me eriza la piel al recordar como me recorrían las manos del profesor.
Marta es mi amiga de siempre y mi amiga de toda la vida se merecía un regalo fantástico. Un regalo que no se quedase solo en lo material, en regalar por regalar. Ella se merecía una experiencia.
La primera vez que jugué con un vibrador, a penas había cumplido la veintena. Recuerdo que salía por aquel entonces con el padre de un amigo de mi hermano pequeño. A esa edad, me aburría fácilmente con los chicos jóvenes. Siempre buscaba más y ellos, pobres, no sabían complacer a una chica con mis inquietudes.
Recuerdo con especial cariño a ese padre y esa relación, por etiquetarla de alguna manera. Por razones obvias no puedo decir su nombre real, pero a partir de ahora hablaremos de él como Rubén.
Una mañana de primavera Rubén me fue a buscar a la Universidad. Estaba hasta el cuello de exámenes pero me convenció para abandonar la biblioteca durante esa tarde y tomar algo.
– Tengo algo para ti – Susurró.
Tomó dos copas y abrió una botella de vino blanco. Ahora, tomando distancia me doy cuenta de que bebí con la impaciencia propia de la juventud. En cuestión de minutos, los aromas y placeres del vino hicieron su trabajo y la embriaguez se hizo patente en mí.
Entre risas, mejillas sonrojadas y algún traspiés, llegamos sanos y salvos a la cama del pequeño apartamento situado al norte de la isla. El sitio idóneo donde disfrutar de unas fantásticas vistas, contemplar la fuerza del océano y dejarte envolver por el aroma a sal.
Con delicadeza, desabrochó los botones de la falda vaquera que tenía puesta. Ante sus ojos, los pequeños rizos dorados de mi pubis jugaban con el encaje de la lencería que él mismo me había regalado. Bajó mis bragas lentamente y mi corazón comenzó a latir con fuerza. Noté entonces como su húmeda lengua comenzaba a jugar con mi sexo. Me rozaba suavemente, me penetraba, acariciaba cada centímetro de mi piel… Me hacía sentir viva. Entonces llegó mi regalo. Abrió una caja de color negro y sacó una aparato rosa. Separó suavemente mis labios y acarició el clítoris muy despacio. Primero el roce fue con poca presión y sin movimiento, pero sus manos sabían jugar. Y siempre jugaban a ganar. Mi inexperiencia no sabía gestionar tal torrente de placer, así que cerré los ojos y me dejé llevar. Lo siguiente que recuerdo es mi pulso acelerado y mis gemidos llenando la habitación. Guardo ese día como uno de los momentos maravillosos de la vida.
Lo tenía claro. Marta, mi amiga de toda la vida, esa que siempre ha estado conmigo, se merecía un día igual de fabuloso que aquel que viví con Rubén. Mi elección ya estaba hecha. Tenía el regalo perfecto para esta Navidad y SexBoutique sería nuevamente mi cómplice.
Entre tanto juguete, me decanté por una simpática bala vibradora con estampado floral ¡Flower Power total! Y, como no puedo resistirme ante tanta variedad, escojo para mí un Lelo Mona Wave. Conozco muy bien estas marcas y confío plenamente en su calidad.
Ya estaba todo listo. Una bolsa blanca con el logo inconfundible de SexBoutique, brillaba con luz propia bajo el árbol de Navidad de Marta. En su interior, una botella de vino blanco afrutado y una cajita llena de experiencias para que Marta fuese feliz, tanto como lo soy yo con mi regalo.
Besos húmedos.